Me lo conto una tarde, en una de esas confidencias que se hacen los amantes:
Persiguiendo las pruebas de la infidelidad , lo sorprendio en la trastienda del negocio familar. Ahora entendía que cada noche su marido disfrutaba la juventud de aquella camarera al terminar la jornada y quedaron explicados los retrasos injustificados y la interminable falta de deseo.
En lugar de una escena de celos y gritos, se sorprendió a si misma observando con detalle por la rendija entreabierta de la puerta, notando como su cuerpo segregaba los jugos del deseo. Cuando pudo reaccionar tuvo que conducir con prisas hasta su casa para masturbarse y calmar aquel deseo inconfesable.
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